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Dios con forma y sin forma: la enseñanza de Ramakrishna


Un día, un discípulo se acercó a Ramakrishna y le preguntó si era mejor meditar en Dios con forma o sin forma. Ramakrishna sonrió y respondió que ambas maneras eran verdaderas. Lo importante, dijo, era no aferrarse a la idea de que solo una de ellas es correcta. Mientras el discípulo titubeaba, el maestro lo invitó a entender que Dios puede manifestarse tanto en la forma visible como en la conciencia sin atributos.


Cuando el discípulo insistió en que las imágenes eran solo figuras de barro, Ramakrishna le respondió: “La imagen del Ser Divino está hecha de espíritu”. Con esa frase quiso mostrar que, para quien tiene devoción, la materia deja de ser materia. El barro, la piedra o el metal se vuelven portadores de una presencia viva, no porque contengan al Absoluto, sino porque el corazón del devoto lo invoca ahí.


El maestro explicó que cada ser humano necesita un punto de apoyo distinto según su comprensión espiritual. Por eso existen tantas formas de adoración. No todos pueden lanzarse al vacío de lo informe; algunos necesitan una imagen, una palabra, una melodía, un gesto. Todo eso, dijo, también proviene de lo divino.


Ramakrishna comparó esta diversidad con una madre que cocina el mismo alimento de maneras diferentes para cada hijo, adaptándolo al gusto y la digestión de cada uno. De la misma manera, el universo ofrece diferentes caminos hacia la misma realidad.


El discípulo escuchó en silencio. Y el maestro concluyó con una enseñanza que parece atravesar toda su vida: antes que preocuparte por cómo otros adoran, procura realizar a Dios y amarle. Porque la forma o la ausencia de forma no son lo esencial. Lo que importa es la intensidad del amor que vuelve sagrada cualquier forma que toque.

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