Guru y Discípulo: Del Ashram al Yoga Moderno en Occidente
- Río Dulce Yoga Estudio
- 19 sept
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En la tradición clásica del yoga, la relación entre guru y discípulo (śiṣya) era central. La palabra guru en sánscrito significa “el que disipa la oscuridad”, y su rol no se limitaba a enseñar posturas: guiaba al discípulo en filosofía, ética, devoción y práctica espiritual. Textos como los Upaniṣads y la Bhagavad Gītā describen esta relación como basada en respeto mutuo, compromiso y responsabilidad compartida, transmitiéndose a través de la paramparā, la cadena ininterrumpida de conocimiento de maestro y maestra a discípulo.
Tradicionalmente, este vínculo se desarrollaba en ashrams, hogares del maestro y retiros, espacios donde la convivencia diaria permitía aprender de manera integral. No se trataba solo de recibir instrucción: se observaba, se preguntaba, se practicaba y se vivía el aprendizaje día a día. La relación incluía cuidado, acompañamiento y una comprensión profunda del practicante como ser integral, no solo como alguien que realiza posturas.

Cuando el yoga llegó a Occidente, su enfoque cambió. La práctica moderna se centra sobre todo en āsanas, salud y bienestar, y muchas personas se acercan al yoga buscando equilibrio emocional, alivio del estrés o mejorar su calidad de vida. En este contexto, los practicantes ya no buscan integrarse a un grupo rígido ni someterse a la autoridad de un maestro o maestra absoluto. Lo que buscan es una guía respetuosa que acompañe su camino de manera ética y consciente.
Sin embargo, esta transformación también trae desafíos. Muchos practicantes confían y admiran a sus maestros y maestras, y en algunos casos esa admiración se aprovecha, alimentando el ego de quien enseña en lugar de su función auténtica de guía. Por eso es fundamental que los practicantes aprendan a reconocer los límites, a mantener la autonomía y a distinguir entre enseñanza auténtica y abuso de autoridad.
El yoga moderno en Occidente ofrece libertad y diversidad, pero también exige responsabilidad. Un buen maestro o maestra no solo enseña posturas; escucha, acompaña, foment/a la reflexión y ayuda a cada practicante a desarrollar su propio discernimiento. La ética y la transparencia se vuelven fundamentales, porque muchos practicantes se acercan al yoga en momentos de vulnerabilidad, buscando guía y luz, no sometimiento ni control.
A su vez, la transmisión de conocimiento puede ser vivida de manera más equilibrada: el concepto de paramparā nos recuerda la importancia de preservar la sabiduría de manera ética, mientras que la práctica moderna nos invita a cuestionar, elegir y caminar nuestro propio camino con autonomía. Así, el yoga combina la riqueza de la tradición con la libertad de Occidente, permitiendo que cada practicante crezca con respeto y conciencia.

Finalmente, la relación entre maestro o maestra y practicante, en cualquier contexto, debe ser un espacio seguro de aprendizaje y crecimiento. El yoga auténtico no busca dependencia ni adoración: busca iluminar el camino de cada practicante, fomentando la libertad interior, el autoconocimiento y el respeto mutuo. La verdadera guía es la que inspira y acompaña, sin apropiarse del camino del otro.




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