Anandamayi Ma: la santa sonriente de la India
- Río Dulce Yoga Estudio
- 7 ago
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Actualizado: 28 ago
En la India del siglo XX, donde tradición y modernidad se cruzaban, surgió una mujer cuya sola presencia irradiaba paz: Anandamayi Ma. Su nombre significa “Madre llena de bienaventuranza”, y quienes la conocieron aseguraban que su sonrisa era suficiente para calmar la mente y abrir el corazón.

En la vasta geografía espiritual de la India, algunas figuras parecen surgir no como maestras, sino como encarnaciones vivas del silencio, del amor y de lo eterno. Así fue Anandamayi Ma, una de las místicas más luminosas del siglo XX. Su nombre, que significa “la Madre llena de bienaventuranza”, no fue una elección casual. Quienes se acercaban a ella no encontraban una persona común, sino una presencia viva, una dulzura que no dependía de las circunstancias, una dicha que parecía brotar directamente del corazón de lo divino.
Nació en 1896 en Kheora, una aldea de lo que hoy es Bangladés. Desde niña se distinguió por una naturaleza profundamente contemplativa. Pasaba horas en silencio, en estados de éxtasis que nadie le había enseñado. No había libros, ni gurús, ni instrucciones: la devoción le nacía sola, como si su alma recordara algo que los demás habían olvidado. A los trece años fue casada, como era costumbre, pero nunca vivió como esposa en el sentido convencional. Aun dentro de una vida aparentemente común, su mirada ya estaba dirigida hacia dentro. Con el tiempo, su esposo reconoció su estado espiritual y se convirtió en uno de sus discípulos.
Anandamayi Ma no pertenecía a ninguna tradición formal. No se identificaba con ninguna religión, y sin embargo su vida era una ofrenda constante a lo divino. Viajó por toda la India, muchas veces sin plan, guiada por una voluntad superior. A donde llegaba, la gente acudía como atraída por una fuerza invisible. No daba discursos organizados ni escribía libros. Sus enseñanzas surgían del momento, y eran respondidas según la necesidad espiritual de quien estuviera frente a ella. Podía pasar días en silencio, o reír como una niña. Algunos la vieron entrar en samādhi —un estado profundo de conciencia trascendente— sin previo aviso, y sin perder nunca la paz.
Entre los muchos que la visitaron, se cuentan grandes figuras del pensamiento espiritual. Mahatma Gandhi fue uno de ellos. Se dice que quedó profundamente impactado por su pureza, y aunque sus caminos eran distintos, reconoció en ella una presencia elevada. También la visitó Paramahansa Yogananda, quien la incluyó en su célebre libro Autobiografía de un yogui. Allí describe a Anandamayi Ma como una santa de pureza inigualable, una mujer cuya conciencia parecía no estar limitada por el cuerpo ni por el tiempo. Incluso se refiere a ella como “una de las expresiones más extraordinarias de la Divinidad en forma humana”. Muchos otros buscadores, tanto de Oriente como de Occidente, quedaron transformados después de conocerla.
A diferencia de otros maestros, ella no buscaba seguidores ni establecía un camino fijo. A veces enseñaba con palabras, otras con el silencio. No hablaba desde la teoría, sino desde una experiencia viva. Enseñaba que Dios está en todo: en el dolor y en la belleza, en el aliento y en el instante. Para ella, no había separación entre lo espiritual y lo cotidiano. Comer, caminar, mirar un árbol, todo podía ser un acto sagrado si se hacía con conciencia.
Su vida fue larga y fecunda. Fundó varios ashrams, que aún hoy funcionan como centros de meditación y práctica espiritual. Vivió como madre para muchos, recibiendo personas de todo tipo, sin distinciones. No se consideraba a sí misma una gurú, ni aceptaba el culto a la personalidad. Repetía con frecuencia que no era el cuerpo ni la mente, que su verdadera naturaleza era la misma que la de todos: pura conciencia.
En 1982, Anandamayi Ma dejó su cuerpo en el ashram de Dehradun. Su partida fue serena, rodeada de devotos, como quien simplemente se desliza hacia otro estado de la misma conciencia. No dejó herederos espirituales ni estructuras rígidas. Su legado es silencioso, sutil, pero profundamente vivo. Está en los mantras que aún se cantan en su honor, en los ojos de quienes la recuerdan, y en esa sabiduría simple que sigue resonando: que dentro de cada uno habita una dicha que no depende de nada externo, y que todo lo que buscamos ya vive en nuestro interior.
Hoy, su imagen aún sonríe desde retratos en ashrams y altares alrededor del mundo. Pero su verdadera presencia se percibe en el corazón de quien ha aprendido a mirar hacia adentro con amor. Porque Anandamayi Ma no vino a enseñarnos algo nuevo. Vino a recordarnos lo que siempre estuvo ahí: que somos conciencia, somos amor, y que la dicha eterna es posible aquí y ahora.




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